Desde una temprana edad, siendo una niña, comprendí que había algo mucho más profundo y grande a lo que la cotideaneidad desplegaba.
Disfrutaba mucho charlar con mi abuelo y mi tío, ya que siempre me traían conversaciones que tenían que ver con la física, el gran misterio de los átomos, la inteligencia invisible, la química, como también la naturaleza que nos rodeaba en nuestra casa de vacaciones en las sierras cordobesas.
También tempranamente, fui una niña que sostenía espacios en mi sistema familiar, buscando la manera de contener momentos complejos, lo cual hoy entiendo que puede ser un don, siempre y cuando sea bien gestionado.
Los años fueron pasando, y comencé a experimentar profundas crisis existenciales. Producto de una de ellas, hace más de quince años, sentí el llamado de mi alma de tomar una formación de tres años, como profesora de Yoga, sin antes haber probado ni siquiera una clase, en un momento en el que el Yoga, no era para nada popular.